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    Darwin, Copérnico y el psicoanálisis

    Darwin, Copérnico y el psicoanálisis Si leemos a Freud, vamos a escucharlo hablar en repetidas ocasiones, del “período de latencia”, un momento que va desde aproximadamente los 6 a los 10 años de edad, donde el desarrollo sexual del niño —para Freud hay sexualidad en la infancia— parece detenerse súbitamente y desaparecer, para luego resurgir con mucha más intensidad en el despertar de la pubertad y la entrada en la adolescencia. Sin embargo, es curioso como en uno de sus escritos, Moisés y la religión monoteísta, Freud habla de este fenómeno, vinculado a las nuevas verdades alcanzadas por la ciencia. En dicho texto, se menciona cómo el surgimiento de la teoría de la evolución planteada por Charles Darwin dio lugar a una innumerable cantidad de críticas. En principio, esta teoría fue desestimada por gran parte de la comunidad científica. Si bien la publicación de El origen de las especies generó un gran revuelo a nivel internacional, su aceptación fue lenta y tortuosa. En un principio eran más los detractores que los partidarios. Incluso, algunos de los propios profesores de Darwin rechazaron rotundamente la teoría y en muchas revistas se publicaron imágenes de burla, como, por ejemplo, la de un mono con la cabeza del científico. Recién a comienzos del siglo XX (la teoría se publicó en 1859), comenzó a lograrse una aceptación más generalizada de estos postulados, los cuales fueron combinados con otras teorías como la de Mendel. Este período comprendido entre la aparición de la nueva teoría hasta su aceptación, sería lo que Freud denomina “período de latencia”, en este caso, como un fenómeno de masas. En línea con estos planteos, podemos agregar, por ejemplo, el caso de Copérnico, quien postuló la teoría heliocéntrica. Esta teoría postula que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés. Esto fue algo revolucionario para la época e incluso Copérnico dudó mucho en publicar sus descubrimientos. De hecho, sus artículos fueron publicados el año de su muerte (1543), él no llegó a verlos. Uno de los puntos claves de esta nueva visión es que rompía tajantemente con las ideas medievales que imperaban en la época. Es un pasaje de un mundo cerrado, jerarquizado y centrado en el hombre, a un mundo de límites inciertos, en el cual el humano es un punto más girando alrededor del Sol, al igual que la Tierra —la cual dejó de ser el centro del universo— y el resto de los planetas. Esto significó una gran herida narcisista, tal como lo menciona Freud, para la humanidad: el humano ya no era más el centro del universo. No resulta extraño que dicha teoría haya generado tanta resistencia. Tal como el niño al descubrir que no es el centro del universo de sus padres, la humanidad al descubrir que no era el centro del universo de “Dios”, experimentó un gran cambio. Esta teoría tuvo un tiempo de latencia bastante más largo que el de la evolución de las especies. Si bien fue ganando partidarios progresivamente y con los avances tanto científicos como tecnológicos se fue encontrando evidencia en su favor, muchos sectores se resistieron por mucho tiempo a aceptarla. Los partidarios del heliocentrismo fueron, para la Inquisición, uno de sus principales enemigos. En 1633, 90 años después de la muerte de Copérnico, la Iglesia católica lo condenó como hereje y recién en 1992 (359 años después) lo absolvió de dichas acusaciones. Es al día de hoy que algunas personas consideran como válida la teoría geocéntrica, es decir, que los planetas y el Sol giran alrededor de la Tierra. Toda nueva verdad despierta afectos y emociones que se resisten a ella. Estas resistencias pueden transformarse en críticas y cuestionamientos. Esto ocurre en todos los ámbitos de la vida, tanto en lo amoroso, como laboral y familiar. Uno ve en la otra persona, familia o trabajo lo que quiere ver y, cuando algo entra en contradicción con esto, nos enojamos, molestamos o negamos la realidad. Algunos ejemplos: Sentirse valorado en el trabajo, para luego descubrir que a nuestro jefe nunca le importó lo que hacíamos. Pensar que tenemos una excelente familia muy unida para luego darnos cuenta de que uno de los padres tiene relaciones con su nuera con la complicidad de uno de los hijos. Considerar que tenemos una pareja sólida y estable para luego darnos cuenta de que la otra persona está cometiendo infidelidades. Siempre hay indicios de lo que está sucediendo, sin embargo, no siempre queremos verlo o creerlo. Es común escuchar frases como “cómo no pude verlo”, “no puedo creerlo”, “por qué no me di cuenta antes”, “qué tonto/a fui”, etc. Es decir, son frases que dan cuenta de la negación de la verdad. La verdad muchas veces nos angustia, y el autoengaño viene en auxilio del sufrimiento. Es posible, también, encontrar fenómenos en el sentido contrario, en este caso, más vinculados a la culpa. Por ejemplo: creemos que una persona o circunstancia negativa es la culpable de nuestro penar, y nos aferramos a esta creencia, evadiendo con esto nuestra cuota de responsabilidad en el asunto. Es por esto que muchas veces una intervención por parte del psicólogo puede generar cierto enojo o angustia. Es que darnos cuenta de nuestra cuota de responsabilidad en el asunto puede ser bastante angustiante. Cuando esto sucede, algunas veces es posible que el paciente se vaya del consultorio enojado, que plantee que va a dejar la terapia alegando que estamos equivocados. Luego de un tiempo (días, semanas o meses), vuelve arrepentido: “tenías razón”. Este espacio entre el enojo y la aceptación es el período de latencia del que hablamos. Si bien estos mecanismos de negación o represión son comunes a todos, darnos cuenta de esto y concientizarlo puede ser de gran ayuda para evitarnos un sufrimiento mayor. Desde algo mínimo como una discusión por una cuestión cotidiana, hasta algo grande como una situación de violencia familiar, una nueva verdad no siempre es fácil de aceptar, y muchas veces negarla es el camino más fácil. El análisis y la terapia pueden ser una herramienta que facilite el descubrimiento y la aceptación de nuevos pensamientos y nos evite un dolor aún mayor, que se generaría si negáramos la realidad. El sufrimiento es inevitable, pero lo que sí podemos evitar es que este se extienda en el tiempo, se eternice y se vuelva intolerable. Podemos evitarnos un sufrimiento mayor, un exceso evitable.